jueves, 25 de abril de 2013

Pierre Menard y la Poética de Borges


¿Quién se negará hoy a considerar los textos de Ficciones  (desde “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” hasta “Tres versiones de Judas”, pasando por “Pierre Menard, autor del Quijote”) entre las aportaciones literarias más significativas y desafiantes?
El texto de “Pierre Menard, autor del Quijote”,   es sin duda, una de las creaciones más destacadas en la obra del escritor argentino Jorge Luis Borges; más de medio siglo de su publicación y  la lectura nos sigue haciendo pensar en  la transformación de un texto en otro. 
Revisemos en  “Pierre Menard, autor del Quijote”,  la comunicación que se establece entre sujeto productor y sujeto receptor a través de varios elementos del semiotopo: función narradora, dosificación de la información y  manejo de diversos  estereotipos.
El asunto de “Pierre Menar, autor del Quijote” se presenta como una reseña, escrita por un ridículo escritor provinciano en homenaje a un colega suyo llamado Pierre Menard. Tras una pedantesca introducción, se enumera la “obra visible” de Menard en forma de catálogo en el que se entremezclan, con extravagante variedad, labores de poeta, ajedrecista, traductor, cavilador de paradojas filosóficas y tratadista de métrica, sintaxis y puntuación.
En este cuento asistimos a un ejercicio de crítica literaria en estado puro. El tono de la narración es fría especifica del ensayo crítico aunque, como veremos, la ironía es también uno de sus rasgos distintivos.
El cuento está narrado por lector crítico pedantesco y poco fidedigno que comenta la obra de un tal Pierre Menard, un autor-lector-critico y que acomete la alucinante empresa de reescribir el Quijote.   Aquí se da un juego de espejos donde la novela de Cervantes una novela de novelas en la que el autor español emprendió la tarea no menos alucinante de reescribir, parodiándola, toda la tradición literaria preexistente.
En la enumeración que el narrador hace de la obra de Menard al comienzo del cuento, no podemos dejar de pensar en un episodio parecido que tiene lugar en la novela de Cervantes: el famoso escrutinio que el canónigo hace de la biblioteca de Don Quijote (capítulo VI de la primera parte). Al igual que el canónigo, el narrador de Pierre Menard carece de todo sentido de la verosimilitud, aunque con su estilo seudocientífico pretenda todo lo contrario.
El narrador se propone hacer una defensa de Pierre Menard, ofreciendo el “catálogo falaz” de cuatro páginas de las obras del escritor francés contemporáneo antes nombrado. Aquí la obra se divide en dos apartados: la obra visible, convencional, instituida de un autor, y más adelante veremos la obra no visible, la transcendente, acaso inconclusa. 
Entre las obras del autor destaca una que evoca los hábitos literarios de Tlön y el libro laberíntico de “El jardín de los senderos que se bifurcan”: “Una monografía sobre la posibilidad de construir un vocabulario poético de conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje común, sino objetos ideales creados por una convención y esencialmente destinados a las necesidades poéticas”. (pag. 42)
El carácter contradictorio y paródico de las obras mencionadas en el relato, cobra expresión de nuevo en otro de los textos de Menard, cuyo título alude a uno de los temas recurrentes en Borges, la irrealidad y la realidad: “Una invectiva contra Paul Valéry, en las Hojas para la supresión de la realidad de Jacques Reboul (esta invectiva, dicho sea entre paréntesis es el reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry)” (pág.44 ).
Paul Veléry (1871-1945), fue un escritor francés, poeta, pero principalmente ensayista.
En total el narrador cita por orden cronológico diecinueve títulos (ensayos, traducciones, prefacios, etc.) pertenecientes a lo que considera la “obra visible de Pierre Menard”. De la “subterránea, la interminablemente heroica, la impar” e “inconclusa” dice que consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte de Don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós. 
El narrador parece consciente del aparente absurdo de tal afirmación e insiste en que la justificación de la misma constituye el objeto primordial de su ensayo.
En la enumeración que el narrador hace de la obra de Menard al comienzo del cuento, no podemos dejar de pensar en un episodio parecido que tiene lugar en la novela de Cervantes: el famoso escrutinio que el canónigo hace de la biblioteca de Don Quijote (capítulo VI de la primera parte). Al igual que el canónigo, el narrador de Pierre Menard carece de todo sentido de la verosimilitud, aunque con su estilo seudocientífico pretenda todo lo contrario.
Cuando se afirma de la obra subterránea, es porque la mayor de las veces, no se hace explicito el trabajo de interpretación que permita la “comprensión”. Es “interminable, ya que toda interpretación está abierta a nuevas interpretaciones sin alcanzar una última y definitiva y es “heroico”, porque como otras acciones heroicas, sólo puede contar consigo misma. Con su propia valentía y fuerzas. Es “impar”, porque toda interpretación es, en alguna medida, singular y única, es decir, cada lector de acuerdo con sus competencias interpreta el sentido de la obra. Se pueden establecer analogías pero no criterios exactos. 
Además, el narrador expone la singularísima “obra invisible” de Menard, exponiendo sus pintorescos fundamentos teóricos antes de ofrecernos una muestra sorprendente de la “genial empresa” menardiana: un mismo fragmento, reproducido dos veces, del noveno capítulo de la primera parte del Quijote, del cual hablaremos más adelante.
Pierre Menard escribió un obra que ya estaba escrita. La posibilidad de que el lector crea que la intención del simbolista francés fuera escribir un Quijote contemporáneo, es inmediatamente descartada por su comentarista: “No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino el Quijote”(pág. 46).
En su elaboración de un Quijote idéntico, pero propio, Menard ve dos posibles métodos. El primero consistía en la identificación biográfica con el autor original: “ser Miguel de Cervantes –pero lo descartó por fácil¨(pág. 46). Menard pretende seguir siendo Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard. Lo que parece un acertijo adquiere un nuevo significado si interpretamos el proyecto del autor imaginario como una alegoría de la lectura, entendida ésta como proceso de reescritura permanente.
“¿Por qué precisamente el Quijote? Dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un español, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de N’imes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste”. (pág. 47)
Hace mención al español que comparte con Cervantes “algo” del contexto, del “mundo” al que ambos pertenecen: por lo menos, tienen la lengua en común. Menard en cambio, es francés y pertenece al siglo XX, es decir, pertenece a otro mundo, a una tradición “extraña” o ajena a la que pertenece Cervantes. 
Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé…, los historiadores más alemanes pierden la paz ante esas dinastías de  la variación; los franceses dirían la historia de la poesía a las generaciones de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Bretón. España admitiría esa cosmogonía, siempre que Góngora sea el iniciador de la serie. ¡Qué narrador al hacer aquí una especie de “cajas rusas”, una dentro de la otra! . Espejo de escuelas que hacen arte.
Menard dice: “Mi mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto “original” y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación…” (pág. 48)
Menard al mencionar las dos leyes, se refiere a los principios básicos de la interpretación: 1. Variar las interpretaciones y 2. Eliminar las que no se ajusten al original. “Original” está entrecomillado porque en realidad siempre se está tratando con una “interpretación”. Incluso el original es ya una primera interpretación. No obstante, el “original” es un referente ineludible para toda interpretación que, para ser tal, debiera poder resistir cualquier intento de refutación que la suprima.  
Los motivos que llenan a Menard a elegir el Quijote como objeto de relectura, proceden de una carta dirigida al narrador. La carta de Pierre Menard comienza diciendo: “El Quijote … me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? Inevitable … El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología”. (pág. 49)
Lo que parece un comentario despectivo de la obra de Cervantes es, a la luz de la crítica de la lectura, un elogio del Quijote como modelo y pieza fundacional susceptible de nuevas escrituras, permite recordar que en un texto figura la intertextualidad.  
En “Pierre Menard…” el narrador escribe exactamente dos textos exactamente lo mismo: la letra de las palabras no cambia un ápice, pero los sentido son totalmente distintos debido a las diferencias contextuales.  Aunque el texto es muy conocido, reproduzco su momento diferencial:

… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. (pag. 50)

Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio Cervantes”, esa frase es un mero elogio retórico de la historia.
Redactada en el siglo XX , muchas situaciones no sólo históricas sino culturales –el caso de las traducciones, por ejemplo--, y todos esos casos, será la diferencia contextual -aunque la letra permanezca- la fuente de producción es de otros sentidos.
De otra forma, decir que la historia, “madre” de la verdad;  es una idea asombrosa. No se dice que la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. Desde esta perspectiva, la frase de Menard se interpreta como la historia es el origen de la realidad. Verdad no significa lo que sucedió sino  lo que creemos que sucedió. Así, todo texto de Menard (que es exactamente el mismo que el de Cervantes) se interpreta de una manera completamente distinta desde un contexto pragmático que era completamente ajeno a Cervantes, pero que es la clave para comprender a Menard.
Por otra parte, estos dos párrafos idénticos de Cervantes que provocan exclamaciones de júbilo, (en el narrador),  sobre la parte crítica como si fueran diferentes, es una interpretación brillante.
Muestra la forma como se puede reconstruir la literatura, sabiendo que no hay  un escritor, sosteniendo una obra de ficción enriquecida por una inspiración que ha sido de primera a través de los siglos. A pesar de la apariencia hipercrítica, el narrador puede haber ayudado a bien no deconstruir la literatura, sino a reconstruirla.
El estilo de la escritura, sin duda alguna, es irónico y lleva una clara tendencia crítica cuando la ironía se considera como una de las claves de la crítica literaria.  La ironía es un tropo retórico que envuelve la creación de un significado o asociado con la palabra o una oración dada.
A modo de conclusión, Borges a través de este relato hace una retórica de indicaciones críticas que se suman para formar una esquemática donde la ironía domina dentro de un lenguaje totalmente sofisticado. 
Él señala al final de su ensayo el ejercicio del intelectual después de una definición de la verdad en relación a la historia. La inteligencia es producto de "Pensar, analizar, e inventar" (pág. 51). Por consiguiente, él aclara que, todo hombre será capaz de entender todas las ideas que en el porvenir lo será. 
Falta mucho por extraer de este cuento, pero con esto nos da una idea de la grandeza de un autor erudito.

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